Para trabajar en el aula:
a- A partir de la lectura del siguiente ensayo propone a tus alumnos hacer un cuadro sinóptico destacando las principales causas del trabajo infantil en la Inglaterra Victoriana.
b- A partir de la lectura de "Canción de Navidad", propone a tus alumnos detectar la crítica que Dickens efectúa a la sociedad en la que se inserta. Para lo cual, deberán investigar la biografía de Dickens y las características del surgimiento de la novela social inglesa. Opcionalmente, pueden mirar el clásico cinematográfico "Oliver Twist" y debatir sobre los mismos ejes.
c-"Charly y la Fábrica de Chocolate" es un homenaje a la lectura de los clásicos de Dickens ¿De qué manera "Canción de Navidad" y "Charly..." son un alegato contra la racionalidad y el pragmatismo de la nueva era industrial?
d-Te proponemos trabajar con la película "La Raulito" desde la perspectiva de "género", como un alegato contra la estereotipificación y la dominación de la mujer. Puedes proponer a tus alumnos investigar más sobre el auge de los movimientos feministas en los años 60.
El trabajo infantil no acabó por decreto legislativo.
El trabajo infantil acabó cuando dejó de ser necesario que los niños
trabajaran para vivir; cuando los ingresos de sus padres fueron
suficientes para mantenerlos. Los emancipadores y benefactores de esos
niños no fueron burócratas o inspectores de fábricas, sino fabricantes y
banqueros.
El aspecto peor entendido y más falseado en la historia del Capitalismo es el trabajo infantil.
No es posible evaluar el fenómeno del
trabajo infantil en Inglaterra durante la Revolución Industrial (de
finales del siglo XVIII y principios del XIX) sin antes reconocer que la
introducción del sistema de fábricas les ofreció una forma de ganarse
la vida, un medio de sobrevivir, a decenas de miles de niños que no
habrían llegado a la adolescencia en la era pre-capitalista.
El sistema de fábricas resultó en una
mejora del nivel de vida, una caída drástica en la tasa urbana de
mortalidad y un descenso en la mortalidad infantil, y también produjo
una explosión sin precedentes de la población.
La población de Inglaterra era de seis
millones en 1750, nueve millones en 1800, y 12 millones en 1820, una
tasa de crecimiento sin precedente en ninguna época. La distribución de
la pirámide de edad cambió enormemente, y la proporción de niños y
jóvenes aumentó drásticamente. “El porcentaje de niños nacidos en
Londres que morían antes de los cinco años” cayó del 74,5% en 1730-49 al
31,8% en 1810-29 (1). Niños que hasta ahora habrían muerto en su
infancia ahora tenían posibilidades de sobrevivir.
Tanto el aumento de población como el
aumento de la expectativa de vida desmienten las críticas de socialistas
y fascistas, que afirman que en el Capitalismo las condiciones de las clases trabajadoras fueron deteriorándose progresivamente durante la Revolución Industrial.
Uno estaría siendo injusto a la vez que
ignorante de la historia, si le echara la culpa al Capitalismo por las
condiciones de los niños durante la Revolución Industrial, puesto que,
de hecho, el Capitalismo trajo enormes mejoras en comparación con las
condiciones de la época anterior. La fuente de esta injusticia fueron
novelistas y poetas emocionales y mal informados, como Dickens y Mrs.
Browning; medievalistas imaginativos como Southey; escritores de
política arrogándose el papel de economistas históricos, como Engels y
Marx. Todos ellos pintaron un cuadro ambiguo y de color de rosa sobre la
“edad de oro” de las clases trabajadoras, la cual fue supuestamente
destruida por la Revolución Industrial.
Los historiadores no han demostrado sus
afirmaciones. La investigación y el sentido común le han quitado el
glamour al sistema que existía antes de las fábricas, el sistema de la
industria doméstica. En ese sistema, el trabajador hacía un inversión
inicial alta – o pagaba alquileres altos – por un telar o un bastidor, y
soportaba la mayoría de los riesgos especulativos de la operación. Su
dieta era pobre y monótona, y su propia existencia dependía a veces de
si era capaz de encontrar trabajo para su mujer y sus hijos. No había
nada de romántico ni de envidiable en una familia que vivía y trabajaba
en una casucha mal iluminada, mal ventilada y mal construida.
¿Cómo se desarrollaban los niños antes
de la Revolución Industrial? En 1697, John Locke escribió un informe
para la Junta de Comercio sobre el problema de la pobreza y la ayuda a
los pobres. Locke estimó que un trabajador y su mujer sana podrían
mantener a un máximo de dos hijos, y recomendó que a todos los niños de
más de tres años de edad se les enseñase a ganarse la vida trabajando en
escuelas de hilar y tejer, donde se les daría el sustento. “Lo único
que pueden recibir en casa, de sus padres” escribió Locke, “es poco más
que pan y agua, y hasta eso escasea”.
El profesor Ludwig von Mises nos recuerda:
Los dueños de las
fábricas no tenían el poder de obligarle a nadie a aceptar un trabajo en
la fábrica. Sólo podían contratar a gente dispuesta a trabajar por los
salarios que ofrecían. Por bajos que estos salarios fuesen, eran
en cualquier caso mucho más que lo que estos pobres podían ganar en
cualquier otra actividad. No es distorsionar los hechos el decir que las
fábricas apartaron a las amas de casa de sus niños y sus cocinas, y a
los niños de sus juegos. Pero esas mujeres no tenían nada para cocinar y
alimentar a sus hijos, y esos niños eran indigentes y estaban
muriéndose de hambre. Su única salvación fue la fábrica. Los salvó, en
el estricto sentido de la palabra, de una muerte por inanición (2).
Los niños de las fábricas fueron a
trabajar por insistencia de sus padres. Las horas de trabajo de los
niños eran muy largas, pero el trabajo era casi siempre muy fácil,
normalmente atender una máquina de hilar o de tejer, y volver a atar los
nudos cuando se deshacían. No fue por causa de esos niños por lo que la
campaña de legislación de la fábrica empezó. La primera ley contra el
trabajo de niños en Inglaterra (1788) regulaba las horas y las
condiciones de trabajo de los miserables niños que trabajaban como
limpiadores de chimeneas, un trabajo sucio y peligroso que existía mucho
antes de la Revolución Industrial, y que no estaba relacionado con las
fábricas. La primera ley que se aplicó a los niños de las fábricas fue
para proteger a los que habían sido prácticamente convertidos en
esclavos por las autoridades parroquiales, una organización
gubernamental: eran los niños pobres, huérfanos o abandonados, que
estaban oficialmente bajo la custodia de los oficiales de la parroquia
en virtud de la ley de los pobres, y quienes estaban atados a esos
oficiales con largos períodos de aprendizaje a cambio de una
subsistencia mínima.
Las mejores condiciones de empleo y de
sanidad se reconoce que fueron en las fábricas más nuevas y modernas.
Las sucesivas Leyes de Fábricas, entre 1819 y 1846, pusieron cada vez
más y más restricciones en el empleo de niños y adolescentes; por eso,
los dueños de las fábricas más grandes – quienes estaban sujetos con más
facilidad y con más frecuencia a visitas y escrutinios de los
inspectores de fábricas – redujeron su empleo de niños para no tener que
confrontar las regulaciones complejas, arbitrarias y constantemente
cambiantes de cómo gestionar una fábrica que empleaba niños. El
resultado de esta intervención legislativa fue que esos niños
rechazados, que necesitaban trabajo para sobrevivir, se vieran forzados a
buscar trabajo en fábricas más pequeñas y más apartadas, donde las
condiciones de empleo, sanidad y seguridad eran mucho peores. Quienes no
podían encontrar otro empleo eran reducidos a la misma situación que
sus homólogos de un siglo atrás; en palabras del profesor Ludwig von
Mises: a “infestar el país como vagabundos, mendigos, pordioseros,
ladrones y prostitutas”.
El trabajo infantil no acabó por decreto
legislativo. El trabajo infantil acabó cuando dejó de ser
económicamente necesario el que los niños ganaran un sueldo para
sobrevivir; cuando los ingresos de sus padres fueron suficientes para
mantenerlos. Los emancipadores y benefactores de esos niños no fueron
burócratas o inspectores de fábricas, sino fabricantes y banqueros. Sus
esfuerzos y sus inversiones en maquinaria condujeron a un aumento en
salarios reales, a una abundancia cada vez mayor de bienes, a precios
cada vez más bajos, y a una mejora incomparable del nivel de vida
general.
La respuesta apropiada a los que critican la Revolución Industrial la da el profesor T. S. Ashton:
Hay hoy en las
llanuras de India y China hombres y mujeres, hambrientos e infestados de
plagas, que viven una vida poco mejor, vista desde fuera, que la vida
del ganado que trabaja con ellos durante el día y comparte los
lugares de dormir durante la noche. Esas situaciones asiáticas, y esos
horrores sin mecanización, representan el grupo de aquellos que aumentan
su número sin pasar por una revolución industrial (3).
Para concluir, debo decir que la
Revolución Industrial y su correspondiente prosperidad son el logro del
Capitalismo, y no pueden ser logradas bajo ningún otro sistema
político-económico. Como prueba, ofrezco el espectáculo de la Rusia
Soviética, que combina la industrialización con la hambruna.
# # #
Este ensayo es parte del artículo
firmado por Robert Hessen, llamado: Effects of the Industrial Revolution
on Women and Children, publicado en The Objectivist Newsletter en Abril
y Noviembre 1962.
Referencias:
(1) Mabel C. Buer.
Salud, Riqueza y Población en los Primeros Días de la Revolución
Industrial, 1760-1815. Londres: Routledge & Sons, 1926, p. 30.
(2) Ludwig von Mises, Acción Humana, New Haven, Connecticut; Yale University Press, 1949, p. 615.
(3) T.S. Ashton. La Revolución Industrial, 1760-1830, Londres: Oxford University Press, 1948, p. 161.
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