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sábado, 23 de febrero de 2013

¿Qué es la pobreza?



"Juanito Laguna remontando su barrilete". Pintura realizada por
Antonio Berni



Trabajo presentado por Mariana Celeste Valle
DNI 31868212
Carrera de Doctorado en Letras
Evaluación Final del Seminario “Pobreza, exclusión y vulnerabilidad social” dictado en la UNC, por la profesora Paula Pavcovich.

23/11/2011



“¿Quién es el “otro”? Pobreza, vulnerabilidad y exclusión social en el debate cultural

Significados de la pobreza

Antes de considerar los dilemas que plantea el aspecto cultural imbricado en la problemática de la pobreza debemos remitirnos al debate crítico que surge en torno a las diferentes versiones conceptuales que buscan explicar la condición de la pobreza y de términos cercanos como “marginalidad” o “vulnerabilidad social”.
Según Alicia B. Gutiérrez existen tres visiones fundamentales acerca de este problema: la perspectiva ecológica, la perspectiva económica y la perspectiva cultural, ésta última será en especial el objeto de nuestro análisis (ver [W1] Gutiérrez, 2002: 9 a 23).
En primer lugar, encontramos el enfoque ecológico de la pobreza, asociado a las características estructurales de las viviendas carenciadas que se instalaron en los sectores periféricos de las ciudades más grandes de América Latina: Lima, México Buenos Aires y Río de Janeiro. Las llamadas “barriadas”, “villas miseria” y “favelas” tomaron especial relevancia en el análisis de los investigadores luego de la segunda guerra mundial[1].
El factor “habitacional” supone un estar “al margen” de los centros de población que repercutiría en una segregación espacial que perpetuaría estructuralmente la división de la sociedad en términos de un “afuera” y un “adentro”[2]. Los límites de esta visión se hallan en que sería insuficiente para explicar la condición de sujetos “pobres” que se encuentran integrados al sistema poblacional en barrios habitados por la clase media o incluso por la clase alta y tampoco puede responder, por ejemplo, al sector considerable de la población que se encuentra actualmente subsistiendo en las calles céntricas o en las plazas barriales donde los límites ente el “adentro” y el “afuera” en el espacio local quedan difuminados. En definitiva la noción que explica a la pobreza desde la postura del “margen”  es insuficiente porque los pobres están insertos en una sociedad global donde, precisamente, ocupan las posiciones más desfavorables dentro del sistema porque hay otros sectores que, en cambio, concentran los recursos económicos, lo que genera la desigualdad social a causa de la ineficaz redistribución de la riqueza. En otras palabras, remitirnos al estudio de la pobreza implica que centremos nuestra mirada en su antónimo, la riqueza.
Igualmente serían ineficaces las políticas de reinserción social que buscarían resolver la pobreza estructural sólo mediante la instauración de modernos complejos habitacionales, como señala Gutiérrez,  sin solucionar los trasfondos del esquema político y económico que generan y perpetúan la exclusión.
El segundo enfoque es el económico, para Marx, la masa “marginal” sería explicada desde el concepto de “ejército industrial de reserva”, es decir, son aquéllos desocupados, subocupados o “trabajadores en negro” que, sin pertenecer al mercado formal de trabajo, ejercen presión sobre el volumen del salario por su permanente condición de “disponibilidad”. Los límites de esta visión se hallan en que nuevamente generan un “adentro” y un “afuera”, en este caso, de la economía oficial que no logra dar cuenta de la profunda heterogeneidad del cuadro en donde ya podemos advertir que es más justo hablar de “pobrezas” que de pobreza como sostienen Murmis y Feldman. Strarenhagen, por ejemplo (citado por Parra), cree que muchos de muchos de los sujetos pobres se encuentran ya “en la economía urbana dominante a través de los servicios prestados que suelen realizar -choferes, jardineros, mozos, cocineros, servicio doméstico, entre otros- a la clase dominante” (Parra, 1972: 221-225).

Cultura y pobreza

El término “cultura de la pobreza” fue acuñado por el antropólogo Oscar Lewis, en 1959 en el libro Antropología de la pobreza. Para el autor, antes de considerar el problema económico de la marginalidad, es preciso indagar en el “problema” cultural.  Según Lewis “es muchísimo más difícil eliminar la cultura de la pobreza que la pobreza en sí” (Lewis y Fuentes, 1972: 27). Esta postura establece que hay un efecto de reciprocidad entre el pobre y su cultura que hace que, en tanto éste haya asimilado aquélla, sus posibilidades de reinserción social se disminuyan hasta hacerse prácticamente nulas. De manera que, un contexto carenciado repercute negativamente en sus pobladores en la adopción de una “cultura de la pobreza” que, a su vez, perpetúa la condición de “pobres” de aquéllos a la manera de un determinismo fatalista que sólo encuentra una salida de la mano de políticas de “inserción” que “incluirían” satisfactoriamente a los pobres una vez que éstos se hallan separado de las conductas “negativas” de sus prácticas socio culturales[3].
El pensamiento de este investigador cobró especial difusión en Latinoamérica y  suscitó tanto elogios como críticas, éstas últimas, sobre todo, radicaron en su supuesta  posición colonialista ya que recibió apoyo económico de fundaciones como la Ford, Wenner-Gren o Guggenheim con intereses particulares sobre la explotación de las poblaciones marginadas de los países del tercer mundo (su investigación en especial se centra en India, México y Cuba) que mantuvieron contactos con los servicios oficiales secretos del gobierno de EEUU. Con el objetivo de la puesta en práctica de programas de ayuda financiera estadounidense, se dio lugar a los estudios “de campo” de sociólogos y antropólogos, donde pudo obtenerse un conocimiento "de primera mano" acerca de las estructuras sociales, particularidades culturales, psicológicas y socioeconómicas de la población de los países dependientes. Lewis aseveraba que sus investigaciones eran de "gran importancia para nuestro modo de pensar y nuestra política respecto de los países en desarrollo"(Barbieri y Castro, 2000: s/d)[4].
Otro de los cuestionamientos más serios de su teoría sería el de la falta de profundidad sobre los términos que agrupa, ya que parece estar más bien describiendo una situación de carencia que indagando en la profundidad de sus alcances culturales.
Sin embargo, instaura un  debate necesario para ser considerado en especial por los agentes sociales que trabajan directamente con la transmisión de capital cultural y simbólico en contextos de carencia: ¿La cultura de la pobreza es la pobreza de la cultura? Esta pregunta nos remite a otra, ¿qué entendemos por cultura?

Una interesante explicación es la que nos proporciona Van Dijk desde su oficio de semiólogo a partir de la noción de “ideología” estrechamente vinculada a la de “cultura” quien la define como las bases de  las representaciones sociales compartidas por los miembros de un grupo que  les permite a las personas que los constituyen  organizar una multitud de creencias sociales acerca de lo que sucede como bueno o malo, correcto e incorrecto, según ellos y actuar en consecuencia. En la mayoría de los casos, estas creencias sirven a sus propios fines y son una función de los intereses materiales y simbólicos del grupo. Entre estos intereses, el poder sobre otros grupos (o la resistencia contra la dominación por parte de otros grupos) puede tener un papel central (ver Van Dijk, 1998: 21).
Otra de las nociones que se aportan sobre la noción de “cultura” proviene de la teoría de la base-superestructura de  Marx[W4] . La base o  infraestructura es la base material de la sociedad que determina la estructura social en relación al determinado estadio histórico atravesado que pone en juego un determinado comportamiento de las fuerzas de producción.
De ella depende la superestructura, que es el conjunto de elementos de la vida social dependientes de la infraestructura. Fundamentalmente la “ideología” es el término que articula el conjunto de espectros involucrados en esta categoría entre la que podemos encontrar: las concepciones políticas, jurídicas, morales, estéticas, religiosas y filosóficas, también denominadas “formas de la conciencia social”. 
 La tesis básica del materialismo histórico es que la superestructura depende de las condiciones económicas en las que vive cada sociedad de acuerdo al comportamiento de las fuerzas productivas, es decir la “base” o infraestructura. La imposición de los grupos dominantes con mayor poder adquisitivo [W5] estaría visible en la determinación de una “falsa conciencia” que  trataría de validar una ideología burguesa, acorde a sus intereses materiales, que reproduciría las desigualdades sociales y afianzaría su lugar dentro del esquema social legitimado, como una suerte de “espejismo”, que anularía la toma de “conciencia de clase” y anularía la rebelión de los sectores dominados[5].  En el plano cultural, entonces los pobres deberían luchar contra el “espejismo” de la cultura impuesta por los grupos dominantes, arengando principalmente en el plano económico, o “la base” (ver Harnecker, 2007: 95 a 99).
Sin embargo, para Williams, el planteo marxista es complejo y se resiste a pensarlo en términos fijos y absolutos ya que, si bien destaca la fuerza organizadora del elemento económico, comprende los problemas superestructurales como históricos, es decir, no  como reflejo de cierta estructura económica, sino más bien como “la interacción de elementos complejos, en donde conviven rupturas y continuidades e incluso autonomías limitadas” (Pasqualini y Manzano, 1998: 9). En “Marxismo y Literatura” sostiene que “la realidad de la determinación es el establecimiento de límites y el forjamiento de presiones, dentro de las cuales las variables prácticas sociales son profundamente afectadas, pero nunca necesariamente controladas” (Pasqualini, 1998: 9). Por otro lado, llega a establecer que lo cultural ya no puede ser considerado como “superestructura” sino que constituye un proceso material constitutivo y reivindica el papel emancipador que, por ejemplo, puede tener el arte en este sentido.
Pero volvamos a Marx, para Grignon y Passeron, que retoman las ideas centrales del marxismo, el concepto de “cultura popular” puede ser explicado desde esta relación dominante-dominado: a la clase dominante le corresponde una ideología dominante, mientras que a la clase dominada le corresponde una ideología dominada; esto significa un proceso de correlación entre el poder material dominante y el poder espiritual [W7] dominante que, no obstante, se ve complejizado por la posibilidad de encontrar elementos propios inicialmente de una cultura “dominada”  que forman parte del cúmulo de creencias de una clase “dominante” y elementos que forman parte de una cultura “dominante” interiorizados y validados por una cultura “dominada” (ver  Grignon y Passeron, 1989 :22). Por otro lado, también consideran conveniente señalar que “el sentido de las prácticas sociales se atribuye no sólo a la condición social de quienes la practican si no también a las funciones que las prácticas asumen en relación a la dominación social” (Grignon y Passeron, 1989: 25), hecho que también complejiza el cuadro al considerar que también hay que tener presente la legitimidad de la dominación y el olvido, incluso, de las relaciones de dominación en la “cultura popular”
Recapitulando, podríamos arribar a la siguiente conclusión: Existe, desde la noción marxista, una cultura “legitimada” por el lugar dominante que ocupa dentro de las fuerzas producción y una cultura “no legitimada” o “dominada”, aunque elementos de una y otra cultura no tienen una posición estable dentro del cuadro marxista dominante-dominado sino  que pueden ocupar, según la variable histórica, diferentes lugares dentro del mismo esquema. Entonces, desde este paradigma retomado por Grignon y Passeron, sólo se puede hablar de la “pobreza de una cultura”, si lo observamos desde un ángulo legitimista, lo que nos remite también a la tensión entre “alta” y “baja” cultura que discrimina, en el interior de la sociedad, a aquéllos que poseen los bienes culturales más jerarquizados de quienes no pueden acceder a ellos, por motivos materiales o incluso cognitivos (ver Semán y Miguez, 2006: 14)[6].
Otra postura frente a las relaciones complejas entre los términos “pobreza” y “cultura” es el que nos ofrece Bourdieu articulándolos con su noción de “campo”.
En el pensamiento del sociólogo, un campo es un espacio social de acción y de influencia en el que confluyen relaciones sociales determinadas. Estas relaciones quedan definidas por la posesión o producción de una forma específica del capital “en juego”, propia del campo en cuestión, por lo tanto la posición dominante o dominada de los participantes depende de las reglas específicas del mismo. En este sentido, su postura es interesante pues permite ver cómo la posición de los agentes sociales no es estable ni está plenamente determinada por los recursos económicos sino que depende de: 1) los sistemas y las relaciones entre las posiciones, 2) el capital en juego[W10] , 3) el estado de distribución de dicho capital, 4)las apuestas y los compromisos en juego, 5) la trayectoria (en ascenso o descenso), lo que permite realizar alianzas entre otros agentes con posiciones similares, dentro o no del mismo campo y 5) la autonomía relativa de cada campo.[W11] 
Para Bourdieu, el capital cultural [W12] existe bajo tres formas: 1) en estado incorporado, es decir, bajo la forma de disposiciones durables del organismo; 2) en estado objetivado, bajo la forma de bienes culturales, cuadros libros, diccionarios, instrumentos, maquinaria y 3) en estado institucionalizado que supone un reconocimiento del saber “incorporado” como legítimo en una sociedad y materializado a través del “título” (ver Bourdieu, 1979: 3 a 6).
El aspecto número dos se halla directamente influenciado por la capacidad adquisitiva para acceder a determinados bienes, por ende es susceptible al volumen y estructura del capital económico.
El tercer aspecto, también involucra una situación monetaria pues, aún cuando el “título” pueda ser cursado en una institución pública y gratuita, depende también de la capacidad del núcleo familiar para acceder a cierta “moratoria social”, el éxito de la carrera académica que, en muchos casos (afortunadamente, claro, no en todos) no es compatible con el trabajo del estudiante provocando la deserción escolar[7]. De manera que “pobreza” y “cultura” estarían íntimamente ligadas entre sí por la influencia del capital económico en el campo cultural.
El primer aspecto, sin embargo, merece un análisis más detallado. La condiciones objetivas de vida se hacen “cuerpo” y se internalizan, lo que supone un trabajo de asimilación e inculcación durable en el tiempo que deviene parte integrante de la persona, un “habitus”, sistemas de disposiciones -estructuras estructuradas y estructurantes- que trazan horizontes de posibilidad, lo “pensable” y lo “impensable” para los agentes, lo que “es o no es” para ellos.  ¿Cómo se compatibiliza, entonces, el “habitus” proveniente de sujetos de sectores carenciados cuando se trata de instaurar una “cultura legítima” en el ámbito escolar, por ejemplo?
Para Pavcovich, la cultura es un ámbito que une, pero también separa, pues “define la pertenencia de clase desde la reproducción de la diferencia” (Pavcovich, 2009:166). El “horizonte de posibilidades” que se abre desde la cultura del pobre muchas veces reproduce a nivel social límites internos que son difíciles de explicar, aquéllos que trazan el “deber ser” (la doxa) alejado de la carrera académica, por ejemplo[8].
Pero la cultura de los sectores carenciados no sólo reproduce límites, desde el paradigma bourdieano, si no que también sirve para cuestionar, para establecer nuevos habitus [W13] (nuevas categorías de percepción elaboradas desde nuevas condiciones objetivas) ya que los habitus son durables, pero no inmutables, como señala Luciana Denardi (ver Denardi, 2009: 32). Veamos en qué medida, los sectores sociales segregados pueden elaborar márgenes de resistencia, de libertad y de creatividad haciendo uso de su capital cultural.

Resistencias, estrategias y fuerzas
Entre la visión miserabilista y la populista[9] del campo cultural- que se dirime entre una visión que percibe a los sectores populares completamente sujetados por las relaciones de dominación social y otra que autonomiza la producción cultural del mundo popular como si la comprensión de los mecanismos de la producción simbólica pudiera independizarse de las condiciones materiales que sostienen las relaciones de opresión- se abren un abanico de situaciones singulares. Debemos tener presente que los sectores sociales carenciados [W14] también participan de un horizonte de ideas y perspectivas trazado (aunque no exclusivamente) a partir de la simbolización dominante de las clases sociales altas y, por ende, se enfrentan a una serie de contradicciones donde no siempre será fácil para ellos cuestionar el orden social que viven si es el que han internalizado como válido[10].
Como herramienta conceptual para juzgar el panorama desde una postura más cautelosa, podemos recuperar la noción de “estrategias de reproducción social” (también propuestas por Bourdieu) que no están completamente determinadas por factores estructurales, pero tampoco son el mero resultado de una libre elección individual, sino que conjugan ambas cosas: 1) las condiciones estructurales objetivas que operan como límite y 2) las condiciones estructurales subjetivas que operan como márgenes de posibilidad (ver Pavcovich, 2011: 24-28).
El concepto de estrategias nos permiten acercarnos hacia la cultura de los sectores pobres no desde lo que les falta, sino desde lo que poseen, una gama de recursos económicos, culturales y simbólicos, que les permite (pese a sus carencias) desarrollar diferentes posibilidades de inversión y reconversión, según los momentos históricos en que realizan sus apuestas. Las estrategias de reproducción social son, entonces, un conjunto de prácticas por las cuales los individuos tienden, de manera consciente o inconsciente, a conservar o a mejorar su patrimonio y su posición social articulando elementos del paradigma de Bourdieu, como: 1) el volumen y estructura de capital en juego, 2)el estado de los elementos de reproducción, 3) el estado de relaciones de fuerzas entre las clases, 4) los habitus que nos remiten a la “razonabilidad” de determinadas prácticas (lo considerado como posible o imposible para los agentes), 5) el modo de reconversión de las diferentes especies de capital, es decir, la diversificación de estrategias de reproducción en relación a los distintos capitales en juego.
¿De qué manera los agente sociales en posiciones desfavorecidas pueden encontrar espacios de posibilidad y de creatividad a través de los márgenes de libertad que las mismas restricciones ofrecen?  Podemos pensarlo a través de la noción de “red social”, propuesta por Lomnitz, por ejemplo, que representan formas de asistencia mutua, paralelos a la economía de mercado, donde se aprovechan los recursos existentes mediante el intercambio recíproco entre los iguales (ver Pavcovich, 2005: 25).
Algunas de estas estrategias pueden localizarse en la construcción de comunidades solidarias entre vecinos que reivindican la práctica del trueque para paliar sus carencias económicas entre sí o también en la realización de cursos de oficio que se suelen implementar en las escuelas públicas, o en las ONGs, donde los agentes carenciados asisten para capacitarse mejor y legitimar mediante el título sus propios “saberes ” aprehendidos dentro de su comunidad (tejido, peluquería, albañilería, etc. ), lo que les permite trazar un horizonte laboral a sectores de la población no escolarizados. En este último caso, es posible ver además, cómo otros agentes sociales dispuestos a mejorar sus posiciones dentro del campo cultural, por ejemplo, pueden realizar sus apuestas, ofreciendo su capital cultural a los sectores carenciados y ganando experiencia y reconocimiento simbólico a través de esta acción. De esta manera funcionan los programas de “voluntariado universitario” de la Universidad Nacional de Córdoba, por ejemplo, “Aprender Enseñando”, “Puentes”, “Alfabetización”, “Conectar Igualdad”, etc. donde los estudiantes de carreras docentes pueden aprovechar una tarea solidaria para ejercitar el dominio práctico sobre sus saberes aprehendidos y además obtener una certificación de su labor, lo que nos permite visualizar cómo las estrategias involucran los aspectos “micro” y “macro” de la pobreza: desde la unidad familiar hacia el resto de los sectores de la comunidad.
Especialmente interesantes, resultan aquellas actividades que hacen uso de los “saberes” del pobre para elaborar un producto cultural que sirva después para su promoción social. Es el caso de La luciérnaga, revista cultural de los chicos “trabajadores de la calle” en Córdoba, donde los mismos chicos que venden la revista ofrecen a través de ella entrevistas donde problematizan sus particulares experiencias de vida y manifiestan sus formas de ver el mundo. En Buenos Aires, la editorial “Eloísa Cartonera”, una cooperativa de trabajo fundada por el escritor Washington Cucurto, recicla los elementos juntados por los cartoneros para realizar sus libros y de esa manera hace uso de los recursos “desechables” de la sociedad que, en primer lugar, dan trabajo a los sujetos carenciados que lo venden y, en segundo lugar, promueven una actividad cultural realizada por jóvenes en las mismas condiciones de vulnerabilidad social.
Los ejemplos, abundan y aunque –por cuestiones de espacio- no nos explayemos sobre ellos creemos que la mejor manera de acercarse a un problema tan complejo como lo es el de la pobreza es desde una perspectiva que, lejos de victimizar y anular al “otro” como sujeto “carente”, tome en cuenta los recursos que posee para desarrollarse en el ámbito social, favoreciendo la actividad laboral y no la simple “dádiva”. En este sentido, subrayamos la diferencia que Bourdieu establece entre las simples “estrategias de sobrevivencia” y las “estrategias de cambio”, ya que las primeras están orientadas a mantener o incluso consolidar relaciones de dependencia mientras que las últimas sugieren un análisis en términos de modificación duradera de las condiciones de existencia, que también aspiran a la autonomía de los sujetos involucrados (ver Gutiérrez, 2002:16).
Míguez y Semán introducen una nueva perspectiva al panorama de la relación compleja entre “pobreza y cultura”[W15]  con su concepto de “fuerza”, que persigue una posición jerárquica de los sectores populares conjugando una potencia que es, al mismo tiempo, física y moral. La fortaleza –dice- es una actitud vital que se manifiesta de diversas formas en mujeres, niños y hombres, pero lo que tiene en común es que otorga prestigio por canales alternativos a los convencionales, haciendo uso de las formas de capital simbólico, físico o cultural accesibles a los sectores desfavorecidos y no tan presentes en los demás estamentos sociales y generando sus propias reglas de validación y reconocimiento. El “aguante” de las hinchadas de fútbol que destaca el concepto de “hombría”; el “pentescostalismo” de los devotos del “rock chabón”; las nuevas canonizaciones de santos populares como Gilda, identificable con las mujeres humildes de los barrios o las villas, o del Gauchito Gil y San la Muerte, ex prófugos del sistema penal reivindicados por los presos; son algunas muestras de este fenómeno por el cual los pobres pueden ejercer una resistencia simbólica ejerciendo nuevos sistemas de significaciones alternativos independientes de la dominación social en el sistema capitalista. Esto nos permite incorporar a nuestro análisis el fenómeno de la “mediación”, por el cual las formas de comportamiento frente a la industria cultural –el caso de la cumbia y el rock expuestos- son maneras también de localizar estrategias y conformación de identidades del público receptor organizado en torno a ellas[11].
La cultura de los sectores populares, desde la perspectiva del grupo de Frankfurt, oscilaría entre la visión alienante del consumo de la “cultura de masas” cuya dominación estaría anclada en el nuevo régimen burgués  y una producción cultural “auténtica” –detectable por ejemplo en el “folklore” menos comercial- que mantendría su capacidad de negarla dialécticamente (ver Miguez y Semán, 2006: 17). Sin embargo, la noción de “fuerza” aplicada en los estudios compilados por Míguez y Semán demuestra que el consumo masivo de las clases bajas también puede ser pensado en términos muy diferentes a los de la “alienación” y la “pasividad” del público receptor.
Conclusiones:
Es posible pensar la “cultura” del pobre como un foco de resistencia y de defensa de la violencia a la que están sometidos y no sólo como una reproducción de los esquemas de dominación social, tal como lo señala Freire (Denardi, 2009: 71), creemos que esta premisa debe ser extendida a la labor de todo intelectual responsable con el compromiso que le debe a la sociedad en la que se encuentra inserto.
Al igual que es incorrecto abordar los significados de la pobreza desde la noción del “margen”, también lo es abordar la cultura en términos restrictivos a las condiciones sociales de los grupos analizados. Entendemos que la cultura es una totalidad en donde los objetos culturales están atravesados tanto por sentidos elaborados desde la esfera letrada, como por sentidos elaborados desde la oralidad y desde los sectores dominantes, como desde los dominados. En esta pluralidad, podemos reconocer algunos sentidos propios de estas poblaciones carenciadas como otros comunes al sector dominante, burguesía o clase media. Pensar la compleja relación entre los términos “cultura” y “pobreza” nos obliga a ejercer una labor cuasi detectivesca, ir de lo “micro” a lo “macro”, comprender las apuestas de los agentes sociales en los distintos campos en los que se desenvuelven, analizar las restricciones y las posibilidades, discernir lo que es producto de la mera alienación, la auto conmiseración o el auto denigramiento de aquello  que surge auténticamente como un reclamo o una reivindicación de lo propio. Conducir al autoconocimiento, a la auto conciencia y al desarrollo personal para que los sujetos vulnerables sean artífices de su propio destino, en el marco de la autonomía y de la libertad y restituyéndoles su capacidad de elección es la labor del intelectual que se pregunta ¿quién es el “otro”?

Bibliografía:
Auyero, Javier (2001): “Introducción” en Wacquant, Loic. Parias urbanos, marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio. Editorial Manantial, Bs. As.
Barbieri, Elena y De Castro, Rosa (2000). Problemáticas antropológicas. Mirtha Taboada (compiladora). Laborde Editor. Buenos Aires.
Bourdieu, Pierre. (1979) “Los tres estados del capital cultural”, Actes de la recherche en Sciences Sociales, nº23, París. Traducción de Alicia Gutiérrez.
De Certeau, Michael (2004): La cultura en plural. Ed. Nueva Visión. Bs. As.
Denardi, Luciana (2009) La cultura popular entra en la escuela: proyecto pedagógico, habitus y educación. Eduvim, Villa María.
Grignon, Claude y Passeron, Jean Claude (1989): Lo culto y lo popular, miserabilismo y populismo en sociología y literatura. Ed. Nueva Visión, Bs. As.
Gutiérrez, Alicia B. (2002) “Problematización de la pobreza urbana tras las categorías de Pierre Bourdieu” en Cuadernos de antropología social. Nº15, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pp. 9 a 27.
Harnecker, Marta (2007) “Base y Superestructura” en Los conceptos elementales del materialismo histórico. Siglo XXI Editores. 
Horkheimer, M. y Adorno, T W (1969): Dialéctica del iluminismo. Editorial Sur. Bs. As. 1969. pp. 147
Lewis, K.S y Fuentes (1972): La cultura de la pobreza: Pobreza, burguesía y revolución. Editorial Anagrama. Barcelona.
Parra, Rodrigo (1972): “Marginalidad y Subdesarrollo” en Las migraciones internas. Ed. R. Cardo. Bogotá.
Pasqualini, M. y Manzano, Valeria (1998): “Raymond Williams: Aportes para una teoría marxista de la cultura, Teoría” en Razón y Revolución  nro. 4,  otoño de 1998, reedición electrónica en http://www.razonyrevolucion.org/textos/revryr/arteyliteratura/ryr3Pasqualini.pdf
Pavcovich, P. (2009) “El análisis de la pobreza desde la categoría bourdiesana de clase social” en Cuadernos de antropología social, nº15, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
__________ (2011). El barrio, lo social hecho espacio, Villa María, Eduvim.
Semán, Pablo y Míguez, Daniel.  (2006) Entre santos, cumbias y piquetes. Las culturas populares en la Argentina reciente, Buenos Aires, Editorial Biblos.
Van Dijk. Teun. A. (1198): Ideología: Una aproximación multidisciplinaria, Barcelona, Editorial Gedisa.
Vidal, Hernán. Poética de la población marginal: Fundamentos materialistas para una historiografía estética .Ed. The Prisma Institute, Serie “Literatura and Human Rights n°1” Minneapolis.














[1] Auyero, por ejemplo, nos ofrece un panorama histórico del problema en la Argentina: para él, las villas fueron retratadas como el ejemplo acabado del populismo peronista durante los años cincuenta, como suerte de laboratorios de los años sesenta, como curas de revolución en los setenta, como obstáculos para progreso y germinadores de subversión durante la última dictadura (ver AUYERO, 2001: 20).

[2] También podríamos incluir en este grupo, por ejemplo, a los “barrios ciudades”, que se crearon en Córdoba para paliar el problema de los asentamientos ilegales y la indigencia y que paradójicamente remarcaron la marginación de sus ocupantes separándolos en términos espaciales del “resto” de la población.

[3] Entre los principales rasgos que definen esta “subcultura”, según Lewis, podemos encontrar: 1. Una organización de economía casera, trabajo jornalero y producción para el beneficio inmediato; 2. Una sociedad donde priman los trabajadores no calificados para los principales requerimientos del sistema; 3. Una falta de integración efectiva de estos sujetos en las instituciones más importantes de la sociedad; 4. Una actitud de recelo y desconfianza hacia la policía, el estado e incluso la iglesia, los organismos de las clases dominantes; 5. Un bajo nivel educacional, 6. A nivel familiar, la ausencia de niñez como un estado especialmente prolongado y protegido del ciclo vital, precoz iniciación sexual, uniones libres o matrimonios consensuados; 7. A nivel individual, sentimientos de indefensión, dependencia, desamparo, inferioridad; 8. A nivel socio económico, una falta de conciencia de clase (Lewis y Fuentes, 1972: 29).

[4] Jorge Acevedes Lozano, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) citado por Barbieri y Castro dice que su libro, inspirado en la investigación de cinco familias de México, está redactado conforme a “una visión seudoperiodística” de la realidad, anecdótica y superficial, que busca exclusivamente el sensacionalismo, con un afán colonialista para dar “una impresión de que en México la vida de los pobres es un infierno, y que sería piadoso que alguien lo invadiera (los EEUU) para sacarlo de esa abyección y de esa mugre" (Barbieri y Castro, 2000: s/d).

[5] Para Adorno y Horkheimer, la “cultura de masas”, sería una forma de imponer una visión burguesa a los sectores populares y, por ende, deducimos, una manera de imponer una “falsa conciencia”.  Para ellos, los productos masivos como los films y la radio  “no tienen más necesidad de hacerse pasar por arte” pues “la verdad que no son más que negocios sirve de ideología (…). Se autodefinen como industrias y las cifras publicadas de las rentas de sus directores generales quitan toda duda respecto de la necesidad social de sus productos” (Adorno y Horkheimer, 1969: 147).

[6] Históricamente, por ejemplo, en el discurso sobre la educación el paradigma sarmientino “civilización o barbarie” pone en juego ambos términos.

[7] Fenómeno que se puede revertir mediante algunas políticas de Estado asistencialistas, como las becas, pero que no comprende una solución definitiva porque, en muchos casos, los fracasos escolares producto de chicos que comparten el colegio con trabajo, son ya previos a la asignación de estas becas o el dinero obtenido por éstas en insuficiente para que resignen su lugar dentro del mercado laboral.
[8] Algunos niños hijos de padres no escolarizados o analfabetos se verán envueltos en un dilema singular al tratar de seguir una carrera académica extensa si han internalizado estos límites de su clase desde el imperativo“esto no es para nosotros”.
[9] Clark y Hebdige creían que lo que verdaderamente representaba a las clases populares era su interés por subvertir el orden social imperante (Miguez y Semán, 19)
[10] En una sociedad donde el poder adquisitivo legitima la identidad de quienes “poseen” es lógico que aún los chicos pobres o “marginados” deseen poseer vestimentas de marcas o que sus padres deseen que asistan a colegios privados en vez de públicos (dilema que, por ejemplo, cobró presencia luego de la implementación de la asignación universal por hijo en nuestro país)

[11] Según Vidal y también De Certeau, no se debe dejar de lado el “uso” que se hace de la cultura de masas ya que allí son visibles las tácticas que  los pobres operan cuando parecen “no tener voz”, pero ella está incluida en el lugar  performativo de los discursos que éstos reconocen como propios. 







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